EL MOYÓN DE LA CORRALÁ

Autor : Ernesto Burgos

EL MOYÓN DE LA CORRALÁ EXISTENTE EN LA POLA DEL PINO ES UN MONUMENTO PRECRISTIANO DE CULTO A LA TIERRA Y A LA FERTILIDAD

La Pola del Pino es un pequeño pueblo del concejo de Aller al que la carretera que conduce hasta el puerto de San Isidro parte en dos. Allí comienza a notarse que el camino se dirige a la montaña y el paisaje adquiere ese tono que diferencia la vegetación asturiana en las zonas altas. Durante siglos rivalizó en importancia con El Pino, parroquia a la que pertenece en la actualidad, y a pesar de su pequeña extensión llegó a ser la capital del concejo, aunque por aquel entonces se llamaba Polavieja.

El lugar cuenta con restos etnográficos de interés y en algunas de las construcciones aún puede rastrearse el pasado inmediato y rural del alto Aller, donde la minería impactó menos sobre la vida tradicional que en el resto de las cuencas.

Moyón de La Corralá

Escondida entre las casas hay una pequeña plaza: La Corralá y en ella encontramos lo que se conoce popularmente como el Moyón de la Corralá, un monolito de arenisca en forma de prisma cuadrangular y redondeado en su parte superior. Está hincado en la tierra y la altura que alcanza la parte que puede medirse sobre la superficie llega casi a los dos metros. Sus lados tienen aproximadamente 50 centímetros de anchura y han sido grabados a lo largo de los siglos con diferentes y variados símbolos, alguno de los cuales pueden corresponder a la misma época de la erección del megalito. La única monografía publicada sobre él, firmado por M.A. de Blas Cortina en 1976, se limitó al estudio y clasificación de los grabados que entonces pudieron identificarse y no concluyó ninguna hipótesis sobre su origen.

Aun a riesgo de equivocarnos, intentaremos hoy ir un poco más lejos para tratar de averiguar qué es el Moyón: un menhir prehistórico, un hito medieval, o simplemente la piedra que sustentaba la portilla de un recinto donde se recogía el ganado. Vayamos por partes:
• Damos el nombre de menhires a unos monumentos megalíticos colocados al final de prehistoria por pueblos dedicados al pastoreo y que ya empezaban a utilizar los metales. Son siempre piedras aisladas, aunque en ocasiones aparecen en hileras o formando alineamiento circulares, en este último caso estas estructuras se denominan cronlechs.. Por otra parte los dólmenes, que pertenecen a enterramientos de la misma época son relativamente frecuentes en nuestros montes, no así los menhires, pues los localizados en Asturias son pocos y siempre ofrecen dudas sobre su autenticidad, ya que no suelen presentar junto a ellos otro tipo de materiales que puedan datarse adecuadamente.
• La segunda posibilidad sobre el monolito de la Pola del Pino es que se trata de un hito colocado en la Edad Media para marcar los límites de una posesión, un camino, una dirección o señalar una distancia, como solían hacerlo los romanos que iban disponiendo de mojones a intervalos regulares en sus vías de comunicación.
• Por fin, la piedra podría ser simplemente la sujeción de una portilla de entrada a un cercado donde guardar el ganado del pueblo: una “corralá”.

Analizando los factores en contra de cada teoría, esta última es la que primero se descarta. Primero por el tamaño del monolito y su forma: demasiado grande y trabajado para una función tan simple. Tampoco presenta huella de haber soportado en alguna ocasión un enganche, ni muescas que evidencien un roce prolongado con sogas u otros sistemas de amarre, solo su tercio inferior tiene marcas accidentales. Por último no existe tradición en la zona de este tipo de cercados estables. Además, ente los grabados que aparecen en el mojón encontramos evidencias de una antigüedad secular.

La idea de hito medieval parece más consistente, puede apoyarse en un hecho ocurrido en el siglo pasado, cuando algunos jóvenes del pueblo se pusieron a la búsqueda de un tesoro citado en una gacetilla: “ Del Moyón de La Corralá a la Mata el Ratero hay un pelleyu de güe pintu llenu de dinero”. Siguiendo esta pista cavaron en la línea indicada y al parecer encontraron una losa y los cimientos de lo que ellos llamaron “una torre mora”. De todas formas no existe ningún paralelismo en otras torres o castillos asturianos, en los que no aparecen, que sepamos, piezas parecidas a ésta. Además, el que hubiera formado parte de una estructura defensiva no implicaría que se hubiese levantado en la misma época; en la fachada de la catedral de Mansa (Sarthe) se puede ver un menhir empotrado al que de esta manera se le dio un carácter cristiano,

En contra de la consideración del Moyón de La Corralá como un monumento protohistórico, sólo tenemos la escasez de menhires en la región, argumento que puede salvarse si precisamos que en toda la Cornisa Cantábrica también son raros, pero no inexistentes, sobre todo en Galicia y las Vascongadas.

A favor de esta hipótesis podemos ofrecer mucho más , pero por ser minimamente rigurosos nos ceñiremos a tres aspectos: su tamaño, su forma y la aparición sobre su superficie de grabados muy frecuentes en la Edad del Bronce.

Existe un menhir en Bretaña, el de Locmariaquier, ahora roto en cinco pedazos, que mide 20,5 metros y pesa 250.000 kilogramos. Pero salvo ésta y otras contadas excepciones, ya de bastante menos altura, el tamaño de estos monumentos, de los que se conservan miles en Europa, oscila entre los cuatro metros y los cincuenta centímetros, con una media muy parecida al del monolito de la Pola. En esta proporción, la anchura de sus lados es justo la que debería tener.

En cuanto a su forma, éste es el dato más interesante: el Moyón de La Corralá es claramente fálico; su parte superior está redondeada y presenta un rebaje artificial para acentuar su parecido con un sexo masculino. Este hecho anula cualquier posibilidad de que se trate de una pieza medieval y nos lleva directamente hacia un culto a la tierra, a la que se intenta fertilizar con la colocación del símbolo.

Las cuatro caras del Moyón están grabadas. El motivo más empleado son las curvas de diferentes formas y tamaños, realizadas a lo largo de los siglos por quienes buscaban protegerse de un elemento desconocido, mirado con respeto y temor y al que posiblemente, como ocurre en otros muchos lugares estas piedras se identificaban con una obra del diablo.

La introducción del cristianismo hizo muy frecuente la colocación de cruces en los menhires y dictó las normas contra la adoración de estas piedras, sobre todo cundo se trataba de ejemplares aislados.

Se aprecian también otras dos insculturas de más difícil interpretación. Una es una figura humana de unos 15 centímetros que, para simplificar, presenta una perspectiva similar a la que conocemos en las pinturas egipcias: con el cuerpo de frente y la cabeza y los pies de perfil. El personaje está tocado por un alto copete, a la manera del que solían llevar las mujeres astures, según cuentan los historiadores clásicos. Aunque esta observación no es suficiente para datar el grabado en esa época tampoco puede obviarse.
El otro motivo es una especie de lazo sin dibujo definible, pero sí puede encuadrarse en la estética y la técnica de las que durante la Edad de Bronce se prodigaron por nuestros montes.

Por último, el monolito presenta varias perforaciones circulares de poca profundidad que no superan los cinco centímetros de diámetro. Son lo que en el estudio de la protohistoria se conocen como “cazoletas”, cuya finalidad se desconoce, pero que son muy frecuentes en las estructuras megalíticas.

Concluyendo, el Moyón de La Corralá presenta todas las características de un menhir y la única razón para no reconocerlo como tal es, aparte del “miedo académico” a la descalificación, su situación geográfica. ¿Se imaginan ustedes el rendimiento turístico que produciría este monumento a Oviedo y Gijón?

No podemos despedirnos del corazón del alto Aller sin citar otras dos piedras emblemáticas en la zona: una sólo se encuentra ya en el cancionero tradicional asturiano:

“Entre la Pola y el Pino
hay una piedra redonda
donde se sientan los mozos
cuando vienen de la ronda”

Aunque hay quien asegura que existió realmente y fue volada en la última guerra.

La otra se conserva en el Tabularium Artis Asturiensis, de Oviedo, y es una pieza encontrada en Santibáñez de la Fuente, se trata de una estela de 15 centímetros de grosor, con un disco de 112 centímetros de diámetro, sustentado por una base de 90×45 centímetros; un monumento castreño, mucho más reciente que el Moyón, y que pertenece a una parte de nuestra historia que ya conocemos mejor.

Junio 2004

Ernesto Burgos

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