Autor: Tonín, el fiu de Gelín el pescaor
A veces le recuerdo a sus ochenta años con el cayado en una mano y en la otra la caña, lanzando en la tablada del Fabarín a la pluma, en esas noches de verano, con mi madre a su lado por si se caía, estaba media hora allí, lanzando la boya una y otra vez hasta que cansado por el esfuerzo retiraba los aparejos y con mi madre del brazo se iba tan contento como si hubiese pescado la mayor y mejor trucha del río.
Escribir acerca del padre de uno mismo parece fácil, ya que tienes todas las vivencias y recuerdos aun frescos en la memoria, nada mas lejos de la realidad, es posible que al hacerlo te pases en sus meritos y quede lo escrito como un panfleto de propaganda, o no seas capaz de referir todo o casi todo lo que de el recuerdas.
Con este preámbulo, que solo indica el miedo de no saber hacerlo adecuadamente, empezare a hablar de mi padre.
Mi padre nació en Sama de Langreo allá por el año de 1909, seguro que muchos creíais que era de Aller, pues no, había nacido en Sama de Langreo como decía antes.
La relación de mi padre con el concejo de Aller esta vinculada a sus ríos, y por ende a sus por entonces numerosas y exquisitas truchas.
Mi padre se había jubilado de la mina en tercer grado de silicosis, y aunque antes de hacerlo ya visitaba este concejo, a partir de entonces, ya fue un habitual de los ríos alleranos, por dos motivos principales, uno por la salud y el otro por la ayuda económica que suponía la venta de la pesca diaria, no se cual de estos dos motivos era el primero ni el segundo, pero si que eran importantes
Recuerdo que mi padre pasaba temporadas en Collanzo, durante el periodo de pesca, mientras mi madre y yo seguíamos en Figaredo hasta que empezaban las vacaciones escolares. Durante ese tiempo se quedaba de pensión creo recordar en la casa de Prieto, que llamaban cariñosamente de “la güela”, y otras veces en La Panera de Alicia y Dionisio, a esta también le vendía las truchas que a veces pescaba, con las que Alicia (q.e.p.d.) hacia una menestra inigualable.
Por este motivo, nos trasladamos a vivir a Collanzo, después de haber estado varios años pasando las vacaciones, definitivamente nos quedamos a vivir aquí, cerca de su río.
Imaginad para un güaje, como era yo entonces, lo sorprendente e impactante que fue para mi la primera vez que vi el río con sus aguas tan claras y transparentes, acostumbrado al negro de las aguas del Turón y del Caudal, subíamos en el tren, yo asomado a la ventanilla con los ojos llenos de la carbonilla que la máquina despedía por su chimenea, venia viendo el río con sus aguas negras y como por arte de magia, apareció de repente cristalino, se que me alboroté, porque este recuerdo no se me borrará jamás de mi mente, y cuando en Ronderos el río cambió su curso, me lancé al otro lado del tren entre la gente que allí estaba sentada para seguir mirándolo. Esa afición, o devoción por la pesca, mi padre me la transmitió a mi, pero debo de reconocer que no con la misma habilidad que el tenia. Cierto es que me esforzaba en aprender a conocer el río, esa fue la primera lección que mi padre me dio. Me dijo, lo recuerdo muy bien, para pescar algo lo primero es conocer donde estas pescando, saber como, cuando y que días serán mas favorables a ello, fíjate bien en todo y aprenderás con el tiempo, dicho esto, me entrego una caña de cañavera, preparada con un sedal y un anzuelo, y nos fuimos los dos al río, al amanecer, yo alborotado porque iba a ir de pesca con mi padre por primera vez, de lo que pesque no lo mencionare, este escrito es referente a mi padre, así que lo obviare.
Después de ese día vinieron otros y otros, y la experiencia se fue acumulando en mí, y ya pude hacer mis pinitos solo por el río, con más o menos fortuna.
Cuando me acuerdo de esta anécdota que tuve con mi padre no puedo por menos que esbozar una sonrisa, permitidme que la cuente.
Estaba yo haciendo la mili, y vine de fin de semana (vivíamos en El Fabarín) me cambié de ropa a toda prisa para irme a Felechosa, mi padre estaba pescando en el pozo que había cerca de la estación del tren, me acerqué a el, y después de saludarle, o no se si fue antes, le pedí cien pesetas para ir de fiesta, se quedó mirándome, puso su caña en mis manos y me dijo señalando al río, ahí tienes tus cien pesetas, y lo cierto es que así fue, la suerte hizo que pescara tres truchas que mi padre me pagó, ya tenia mis cien pesetas.
A veces le recuerdo a sus ochenta años con el cayado en una mano y en la otra la caña, lanzando en la tablada del Fabarín a la pluma, en esas noches de verano, con mi madre a su lado por si se caía, estaba media hora allí, lanzando la boya una y otra vez hasta que cansado por el esfuerzo retiraba los aparejos y con mi madre del brazo se iba tan contento como si hubiese pescado la mayor y mejor trucha del río.
Podría estar contando muchas cosas sobre mi padre, quien no lo haría, pero hay que terminar de alguna manera este escrito, y rebusco en mi memoria un calificativo para definirlo y solo se me ocurre pensar que mi padre fue un buen paisano, y espero y deseo que así lo hayan visto quienes lo hayan conocido.
Collanzo, junio de 2004
El fiu de Gelín el pescaor
Gelin el pescaor, buen paisano , entrañable, inolvidable y querido